Fue para ella una ayuda incomparable
En este año dedicado a San José, meditando más en su figura, quién sabe cuántos habrán pensado que, si miramos con mayor atención su ejemplo de humildad, obediencia, vida oculta, nos daríamos cuenta de lo mucho que marchamos en la dirección opuesta. Tal vez su silencio nos desconcierte, o nos resulta difícil entender por qué somos incapaces de guardar silencio y de estar en silencio. El escritor italiano Vittorio Messori en su libro, Apuesta sobre la muerte, hablando de San José hace una consideración en su estilo irónico y elocuente, con el que subraya esta actitud de humilde silencio del padre putativo de Jesús. El historiador hace notar que en la Biblia todo el mundo habla, personajes principales y secundarios y añade que incluso la mula de Balaam dijo la suya, pero de San José no se lee ni una sola palabra. Y tal vez esto lo ha hecho lejano para algunos. Sin embargo, hay silencios, como el de San José, que son capaces de comunicar de una manera sorprendentemente superior a las palabras y esto lo han captado los santos, han comprendido la importancia de estar bajo su custodia y su dirección, como lo estuvo durante varios años también el Divino Niño. Los santos vieron en la historia de la Salvación la aportación indispensable de su presencia protectora, atenta, capaz de una fortaleza heroica y comprendieron que, si Jesús lo ha necesitado, ciertamente, no podía ser de otra manera para ellos.
Entre las páginas del Diario de Santa Faustina Kowalska se descubre que el apóstol de la Divina Misericordia estaba también vinculada a San José y no simplemente porque estaba entre los Patronos de la Congregación de las Hermanas de la Santísima Virgen María de la Misericordia, de la que formaba parte, sino más bien porque en él había descubierto una ayuda incomparable en su misión, así como un apoyo del cual, a partir de un momento preciso, nunca se sintió privada. En el III Cuaderno de su Diario (el Diario de la Santa consta de VI Cuadernos) leemos, en efecto, un acontecimiento que influyó fuertemente en la devoción de la monja polaca a San José. Así escribió Santa Faustina:
«San José me ha pedido que tenga hacia él una devoción continua. Él mismo me ha dicho que diga tres oraciones todos los días junto con el “Memorare”. Me ha mirado con gran cordialidad y me ha presentado cuánto apoya esta obra y me ha prometido una ayuda muy especial y su protección. Recito las oraciones que me ha pedido todos los días y siento Su protección especial».
De las palabras de la santa se podría deducir que está hablando de una visión que ha tenido, pero podría haber sido también una inspiración interior, algunos hablan de una propensión íntima hacia la devoción al santo pero, la expresión: me ha pedido, parecería no dejar muchas dudas, ya que deja entender que San José le hizo directamente esta petición. La oración “Memorare”, mencionada por santa Faustina en sus escritos, nos hace pensar enseguida a la oración de San Bernardo escrita a la Santísima Virgen y, sin embargo, es una oración que rezaban las Hermanas de la Santísima Virgen María de la Misericordia dirigiéndose a San José para pedirle que no les faltara su protección y su custodia. A esta oración pidió el Santo Patriarca que se añadieran tres oraciones que probablemente eran un Pater, Ave y Gloria.
¿Cuál era la obra que San José apoyaba? La difusión del Culto a la Divina Misericordia con la institución de una Fiesta que se tenía que celebrar en toda la Iglesia el domingo in Albis y la fundación por parte de sor Faustina de una nueva Congregación de carácter contemplativo, con la misión de invocar la misericordia de Dios. Estas fueron las misiones de las que había sido investida por Jesús mismo, misiones que le costaron tanto sufrimiento, de las cuales se sentía incapaz y cuyo peso en muchos momentos le parecía demasiado grande para una pobre monja de poca cultura y salud precaria como ella. Aquí entra en acción el carpintero de Nazaret, el silencioso pero voluntarioso y eficiente José, que se pone como protector de la gran obra confiada a la santa. Parece que San José se confirma como un Custodio vigilante, dispuesto y generoso con las almas que confían en él como lo hizo María Santísima.