San Rafael Maria Arnáiz

* San Rafael Maria Arnáiz

NOTAS  BIOGRÁFICAS

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Un joven santo cuya historia ha encantado a millones de personas por su vida sencilla y extraordinaria a la vez; uno de los grandes místicos del siglo XX que se enamoró tanto de Cristo Crucificado que no llegó a tener otro anhelo que ser clavado con él en la Cruz.

Rafael nació en Burgos el 9 de abril de 1911, hijo de Rafael Arnáíz y Mercedes Barón; el mayor de cuatro hijos: Rafael, Leopoldo, Luis Fernando y Mercedes. Dulce, sensible, bromista, lleno de vitalidad, sabía involucrar a cualquiera con esa alegría que lo distinguió desde temprana edad. La enfermedad se presentó en su vida muy temprano, de hecho, las fiebres colibacilares y una seria pleuresía lo debilitaron enormemente durante su primer año escolástico, en 1920. Una vez curado totalmente, retomó sus estudios en octubre de 1921. En 1923 se trasladó con toda la familia a Oviedo donde se matriculó en un colegio de los jesuitas. Pronto reveló tener un alma de un artista: le encantaba llevar consigo sus colores y paleta para poder retratar todo lo que le inspiraba, pero también se encontraba a gusto en el teatro involucrando a sus amigos en alguna obra improvisada. Cuando llegó el momento de matricularse en la universidad optó por asistir a la facultad de arquitectura de Madrid. Desde la capital se trasladaba a menudo a visitar a su tío Leopoldo duque de Maqueda y a su esposa en su finca de Petrosillo, a los que Rafael estuvo siempre muy unido. Partió de una invitación de su tío Leopoldo aquella primera visita a la Trapa que cambió radicalmente su vida…  En verdad, a pesar de ser un joven muy piadoso y devoto, enamorado de la Virgen María, educado por sus padres en una adhesión plena a la fe católica, nunca pensó entrar en un convento o algún seminario. Leyendo su programa diario: comunión diaria, rosario, rezo del Breviario, visita al Santísimo Sacramento, oración, etc., cualquiera podría haber pensado que era un seminarista más que un estudiante de arquitectura, pero, en verdad, Rafael no tenía la más mínima idea de ello al comienzo de su carrera universitaria.

Como hemos mencionamìdo hace unas líneas, el cambio brusco se produjo cuando, invitado por su tío Leopoldo, se dirigió a la Trapa de San Isidro de Dueñas. La vida de los trapenses le encantó, se sintió capturado por el silencio que hablaba de Dios, por la vida vivida sólo con Dios, sólo para Dios. Comenzó en su corazón a meditar sobre la experiencia de la Trapa y sin saber cómo la meditación se convirtió en un deseo que generó la decisión de dejar los estudios sin completarlos para dar la juventud al Señor. El primer paso, grande y doloroso, que tenía que dar era el desapego de la familia que amaba intensamente y cuyos miembros estaban unidos como una piña. Sus padres, Rafael y Mercedes, no pusieron ningún obstáculo a su hijo y el 15 de enero de 1934 fue el propio Sr. Arnáiz quien acompañó a su hijo a San Isidro. Fray María Rafael vivió los primeros meses con un entusiasmo y fervor que llamó la atención de todos, a pesar del cambio radical de vida, acogió con gozo y alegría los trabajos y las austeridades. Pero apenas transcurridos cuatro meses, una forma grave de diabetes lo obligó a regresar a Oviedo. Fue un momento de gran prueba para el joven Arnáíz que vio derrumbarse sus sueños de repente. Su familia lo recibió con gran amor en casa prodigándole cuidados y atenciones que le permitieron recuperar su salud. Una vez recuperada su salud, pudo regresar al monasterio, pero las condiciones habían cambiado mucho: ya no estudiaría para ser sacerdote, sería oblato porque su enfermedad le impedía seguir la regla trapense, teniendo que mitigar las estrecheces especialmente en la alimentación y en la austeridad. Sin embargo, fue capaz de ver claramente la voluntad de Dios en este asunto: ser un oblato, por lo tanto, totalmente entregado a Dios, un siervo de los hermanos, el menos importante, lo ponía en la condición de ser cada vez más como su Jesús anonadado en la Cruz. Pero era sólo el principio de las pruebas. Rafael tuvo que abandonar el monasterio dos veces más: entre septiembre y diciembre de 1936 cuando fue llamado a Burgos para luchar en la guerra civil, pero fue declarado inútil a causa de su enfermedad; y luego entre febrero y diciembre de 1937 debido a un drástico deterioro de su salud. Pasó estos meses en Villasandino con su familia que había dejado temporalmente Oviedo. Cuando regresó al monasterio por última vez, toda su familia era consciente de que renunciaba a tener los cuidados necesarios para poder seguir viviendo. Su decisión de regresar al monasterio fue equivalente a una ofrenda de su vida a Dios. De hecho, el Domingo de Pascua, 17 de abril de 1938, el abad Félix Alonso, sabiendo que los días del hermano Rafael estaban llegando a su fin y admirando su santidad de vida, le impuso simbólicamente el escapulario negro y la cogulla trapense, entre la emoción de los hermanos y la alegría del joven oblato. El 21 de abril, recibió la última visita de su padre, luego un coma diabético terminó con su vida terrenal el 26 de abril de 1938 a la edad de 27 años. En 1992 el Papa Juan Pablo II lo declaró beato y fue canonizado el 11 de octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.

 

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