A través de sor Filomena Ferrer
Inmersa en la oración, contemplando el dolor del Corazón de Jesús, sor Filomena exclamó una noche:
«¡Señor y Dios mío! ¿Quién os ha puesto en ese madero? ¿Por qué recibís esos dardos que el pecador arroja contra vuestro amable Corazón? ¿Y no habrá alguna alma cristiana que se asocie a vuestro dolor, llore con Vos y por Vos?»
La pregunta que se hacía la mística española la animó no sólo a unirse íntimamente al dolor de Cristo, sino a sacrificarse para buscar y formar apóstoles para el Corazón de Jesús. Para Sor Filomena, esto significaba reclutar un ejército de almas dispuestas a transmitir Su mensaje, que es una prenda segura de santidad y salvación. No se contentó, por tanto, con “buscar” corazones que amasen al Sagrado Corazón y lo desagraviasen, ni siquiera se contentó con verlos consagrados a Él, sino que hizo todo lo posible para que también se convirtieran en «buscadores», «conquistadores» [1], es decir, apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús.
La Venerable será mensajera de este Sacratísimo Corazón, se sentirá llamada a transmitir a todos el vivísimo deseo del Redentor de que su amor sea correspondido, especialmente por ciertas almas capaces de suplir generosamente el gran número de personas que no quieren corresponder a tal amor.
Un ejército de apóstoles
Para los que conocen la historia, sabrán bien que la primera en recibir la misión de mensajera y confidente del Corazón de Jesús fue Sor Margarita María de Alacoque, a mediados del siglo XVII. Jesús, en varias apariciones, le mostró su Divino Corazón envuelto en llamas y acribillado de espinas. Las llamas representan el inmenso amor de Jesús por los hombres y las espinas los innumerables y graves pecados con los que los hombres hieren el Divino Corazón. Jesús le pidió a Margarita que le diera su amor y fidelidad y que se ofreciera a sí misma como víctima de amor, reparación y expiación por los pecados de los hombres. Más de doscientos años después, fue la joven Filomena quien llevó a cabo la sublime misión de llamar a la Humanidad a esta dulcísima Fuente de Amor y Salvación.
Hay, sin embargo, una diferencia bastante evidente en la misión de las dos: Santa Margarita tuvo la misión de revelar al mundo las peticiones del Corazón de Cristo, pero sobre todo su Amor no correspondido, ofendido y ultrajado y de invitar a los hombres a la reparación; dos siglos después de estas revelaciones, Sor Filomena tuvo la misión de reiterar el mensaje, de confirmar su validez y actualidad, pero sobre todo de formar un ejército de Apóstoles para el Corazón de Jesús: hombres y mujeres comprometidos, no sólo a reparar las ofensas que siguen hiriendo al Sagrado Corazón, sino a buscar a otros apóstoles, a otros buscadores de corazones, sintiendo la responsabilidad de una misión tan grande y ciertamente decisiva en la batalla contra las fuerzas del mal para continuar hasta la Última Venida de Cristo..
De hecho, Sor Filomena contó que, estando en la presencia del Santísimo Sacramento, escuchó estas palabras: «¿Quién me dará corazones que me amen y detengan mi brazo tan justamente enojado con los pecadores?» Y ella, atravesada por estas palabras en lo más profundo de su corazón, respondió: «Te los daré yo, Dios mío: toma primero el mío».
Amor, penitencia, limosna
Esto es lo que Jesús desea: corazones que correspondan a Su Amor, que cumplan con este justo deber de amar a Dios, Creador y Redentor de la Humanidad pecadora; corazones que reparen las ofensas al Corazón de Cristo por los pecadores, de los incrédulos, de los indiferentes a su amor, de los cristianos tibios. ¿Qué debe hacer un alma que generosamente quiere responder a esta llamada? Sor Filomena misma lo explica:
«Quien ama mucho a Jesús tiene, ante todo, celo por sus intereses divinos y por su gloria, haciéndola resplandecer no solo en sus propias acciones, sino también en las de su prójimo, y trabaja para extender el conocimiento y el amor de Jesucristo, cuya aspiración suprema es que su divino Corazón reine en el corazón de todos los hombres. Quien ama verdaderamente a Jesús hace suyos los ultrajes y las ofensas que se dirigen contra su Corazón amoroso, porque sabemos cuán susceptible es el verdadero amor»[2].
En otra relación dirigida al director espiritual, explicándole cuanto había prometido a Jesús escribió:
«…la promesa que hice a mi divino Salvador de tratar con gran solicitud de atraer los corazones al amor de Jesús; y con amor, penitencias y limosnas, refrenen la justa indignación del Señor; porque me parece, Padre, que el peligro que nos amenaza es tan grande que, para no ser víctimas de tantas tormentas espantosas y terribles, es necesario tomar en serio todo lo dicho…».
El Corazón de Jesús nos llama a todos
Se puede comprobar fácilmente la continuidad del mensaje del Corazón de Jesús dirigido a sor Filomena con el del Corazón Inmaculado de María dirigido a los pastorcillos de Fátima. Dios y la Virgen María nos invitan a un Amor Crucificado, que es el único amor verdadero, es decir, que no exige nada, que no tiene nada para sí, sino que dona todo y se entrega del todo. En la práctica el cristiano está llamado al amor, a la penitencia, a la limosna y esta llamada recordada con fuerza por tantos místicos, también en estos últimos años (pensemos en Natuzza Evolo, en Madre Esperanza de Jesús), sigue sin ser escuchada, comprendida, en algunos casos incluso es obstaculizada, porque hablar de penitencia hoy resulta más que nunca escandaloso, como es escandaloso hablar de Cruz y por esto quizás, el mismo mensaje de la Misericordia de Dios viene vaciado de su misma esencia.
Sor Filomena con la fuerza de sus palabras, que estamos intentando de dar a conocer, nos confirma que todos somos llamados por el Corazón de Jesús, todos convocados a formar parte de su escuadra, para jugar una partida que puede cambiar en primer lugar nuestra vida y después la de los demás. Nuestra vida porque la despojará de todo egoísmo, la enriquecerá con el verdadero amor al Señor y a nuestros hermanos/nas, porquele dará un sentido que nada podrá aniquilar, ni siquiera la enfermedad, ni siquiera los fracasos humanos, al contrario, responder a esta llamada del Corazón de Jesús significa que el propio dolor, los propios sufrimientos ofrecidos a Él adquieren un significado reparador inestimable, una fuerza capaz de obtener gracias impensables para la Iglesia, milagros de conversión de los corazones más endurecidos. Y, obviamente, puede cambiar la vida de los demás, porque con nuestro anuncio podemos llevar vida donde hay muerte, donde hay desesperación podemos llevar esperanza, porque podemos testimoniar a aquellos que encontramos que Dios quiere quemar nuestros pecados en el fuego ardiente de Su Amor, pero necesita que estos pecados le sean entregados; podemos testimoniar que el único deseo de Dios es perdonar y salvar al hombre, no desea la condenación de nadie, sino la redención. Este mensaje de perdón, de amor, de salvación, puede restablecer la paz en los corazones en guerra.
Tenemos que transmitir este mensaje
El hombre de hoy debe comprender que el pecado ofende a Dios, ciertamente lo entristece, pero sobre todo es la muerte de quien lo comete. Sin darse cuenta, el pecador se hace esclavo de sus vicios, el mal lo encadena, el pecado lo afea y embrutece, haciéndolo irreconocible incluso a sí mismo. Pero Dios quiere devolverle la dignidad perdida, quiere abrirle par en par su Corazón e investirlo con esas llamas que purifican, calientan, pero no queman. Dios está dispuesto a olvidar las espinas que los pecados han clavado en su Divino Corazón.
Debemos ser transmisores de este mensaje y los primeros en encarnarlo porque, como decía la Venerable sor Filomena: «si queremos terminar el curso de la vida llenos de amor, de tranquilidad y de méritos, tenemos que escuchar los gemidos de este divino Corazón, para hacerle compañía en la amarga soledad que sufre, haciendo que nuestros corazones sean un completo sacrificio de inmolación».
[1] Cfr. La Venerable Filomena Ferrer y el monasterio del Sagrado Corazón de Jesús en Móra d’Ebre, Monasterio del Sagrado Corazón, cit., p. 20.
[2] Manuscrito del 2 abril 1866.