Las fuentes históricas de su vida califican la manera como él se relacionaba con los otros con el adjetivo humanus y con el sustantivo humanitas. Y todos señalan que esta humanidad contrastaba con la austeridad de su vida personal. Francisco ha mostrado este lado de su temperamento sobre todo cuando acogía a la gente que iba a visitarlo donde quiera que fuera. Es un coro unánime de voces el que atestigua que las personas acudían a él; un hecho, éste, que denota la gran disponibilidad manifestada por el Ermitaño en recibirlas, en escuchar sus problemas, en decir una palabra de aliento, en hacer, si era necesario, también el milagro […] Los modos con los que acoge son los inmediatos y familiares de la gente sencilla.
De las fuentes coevas obtenemos que a la llegada de los visitantes alguna vez da el gozoso saludo cristiano: Sed bendecidos. […] De muchos testimonios se saca como resultado el que a menudo la primera preocupación, manifestada por él al acoger a los huéspedes visitantes, sobre todo a los que provenían de lejos, es que coman. Es muy hospitalario desafiando también a la opinión pública, como en el caso de los leprosos, que retiene consigo en el convento durante algunos días. Pero también hospeda a algunos endemoniados, y también a éstos no sin problemas.
Pero, más allá de estos ejemplos que tienen su valor probativo, debe hacerse una observación sobre el conjunto de la vida de Francisco, reveladora de una humanidad extraordinaria, don de naturaleza sobre la que construye la virtud teologal de la caridad en su aspecto horizontal, o sea, como apertura a los demás hombres. En la unidad armónica de su personalidad él une sencillez de vida, humildad y austeridad a la capacidad de abrirse al otro en el signo del amor.
G. FIORINI MOROSINI, Il Carisma Penitenziale
di S. Francesco di Paola e dell’Ordine dei Minimi, pp. 120-122.