NOTAS BIOGRÁFICAS
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Gianna Beretta Molla: una mujer, una esposa, una madre, un médico, una cristiana convencida y enamorada de Jesús, una persona normal, se podría decir, que en contra tendencia con el pensamiento actual, ha creído que los hijos son hijos desde el momento de la concepción y que una madre, que pueda realmente definirse como tal, los ama hasta el punto de renunciar a su propia vida con tal de darles vida a ellos.
Hoy su historia, puede ser una faro que ilumine a muchas conciencias, especialmente la conciencia femenina: conciencia adormecida y obtenebrada por el egoísmo, por el individualismo y por relativismo que la sociedad está solapadamente inculcando y promoviendo y que mujeres como Gianna, contrastan abiertamente con sus propias opciones, animadas por el amor, por la fe y por la esperanza.
Los valores y las virtudes que Gianna con los años supo cultivar, los recibió por el testimonio y por la educación cristiana de su padre Alberto Beretta y por su madre María De Micheli, un matrimonio que vivía profundamente la espiritualidad franciscana, eran felices incluso en las dificultades y en la precariedad, unidos en el sacrificio afrontado por amor. Alberto y María tuvieron trece hijos y Gianna fue la décima: nacida en Magenta el 4 de octubre de 1922 fue considerada un don que Dios concedió al matrimonio por intercesión de San Francisco de Asís.
En casa de los Beretta había siempre sitio para los más pobres, a pesar de estar ya bastante llena. En la familia no faltaba nunca la oración diaria, siempre hecha juntos, la madre, el padre y todos los hijos. Había siempre alegría incluso cuando como en todas las familias, no faltaban los problemas. Gianna estaba enamorada de sus hermanos y hermanas y ejercitaba incluso sobre los mayores su innato sentido materno. Tres de los hijos de los Beretta siguieron la vocación de especial consagración en el sacerdocio y en la vida religiosa y también Gianna durante un periodo de su vida pensó que el Señor la llamaba a una especial consagración como misionera seglar y ponderó la posibilidad de unirse a su hermano Capuchino en Brasil, pero el clima que no se adecuaba a su salud le indujo a este a desistir de retenerla.
Después de un primer traslado a Bérgamo la familia se transfirió a Génova cuando Gianna tenía quince años. Su padre había enfermado gravemente, y la hermana mayor, Amalia, había muerto dejando una gran melancolía en el corazón de todos y Gianna, que la había considerado como confidente y modelo se dispuso a seguir el ejemplo que le había dejado. En la primavera del ’38 Gianna frecuentó con su hermana Virginia el quinto curso de bachillerato en el instituto de las Doroteas donde se organizó un curso de ejercicios predicados por el padre jesuita Michele Avedano, curso en el que participaron las dos hermanas. Este curso de ejercicios fue esencial para el crecimiento espiritual de Gianna. En las anotaciones tomadas en aquellos días se puede leer su determinación de querer cumplir solo la voluntad de Dios, resuelta a someterse a todo lo que permitiera que le sucediese y no podemos dejar de señalar con qué coherencia vivió estas palabras durante toda su vida, solo le pidió a Dios darle a conocer siempre lo que era su voluntad.
Cuando la familia se trasladó a Génova-Quinto, el párroco Mons. Mario Righetti convenció a la señora Maria para que asumiese el cargo de Presidenta de las mujeres de Acción Católica y Gianna decidió inscribirse aceptando el cargo de Delegada (es decir educadora) para las Pequeñas de la Asociación. Eran los años 1940-1941 y este fue el primero de los muchos cargos que tuvo hasta su muerte. Su vida se puede resumir en el lema de la AC: Oración-Acción-Sacrificio. Su apostolado tuvo como único fin la formación de las conciencias y el anhelo hacia la perfección. En las muchas conferencias que dio, durante los años sucesivos, a las aspirantes a jóvenes de AC y después a las socias, subrayaba la necesidad de la oración y de la vida de piedad intensamente vivida, como primeros deberes de un miembro de la AC.
En el 1942 había optado por inscribirse en la Facultad de Medicina, considerando que mediante la carrera de médico podría ofrecer un servicio cualificado al hombre que sufre. En noviembre de 1949, obtenida la licencia abrió inmediatamente un ambulatorio en Mesero junto a su hermano Ferdinando, también médico. Al mismo tiempo continuó con los estudios en Milán para conseguir la especialización en pediatría. Como habíamos señalado antes, después de haber pensado seguir a su hermano Capuchino, padre Alberto, en la misión de Grajaú, comprendió que el impedimento determinado por el clima tropical que le era particularmente hostil, era la mano de Dios que le hacía un “alto” en el camino, pero continuó alimentando su deseo de ser una consagrada seglar. Sin embargo, Gianna había prometido al Señor, buscar siempre y únicamente su voluntad, por esto emprendió un largo proceso de discernimiento y en junio de 1954 hizo un viaje a Lourdes y con la ayuda de María Santísima y la guía de su director espiritual comprendió que Dios quería que formase una familia y se orientó definitivamente al matrimonio. No fue casualidad que el encuentro con el hombre de su vida, Pietro Molla, tuviese lugar pocos meses después de esa peregrinación y de una Primera Misa, la del Capuchino P. Lino Garavaglia, precisamente en el dia de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. El ingeniero Pietro, no tuvo duda, el día después del primer encuentro, escribió en su diario que la Inmaculada lo había bendecido, y por su parte Gianna comprendió que la Virgen Inmaculada había puesto a Pietro en su camino. Ni siquiera un año después, el 24 de septiembre de 1955 en la Parroquia de S. Martín en Magenta, ante el hermano de Gianna, D. Giuseppe, Gianna y Pietro prometieron amarse toda la vida. Catorce mese después, vino el fatídico destino, el 19 de noviembre, nació Pierluigi, al que siguieron María Zita, el 11 de noviembre, de 1957 y Laura María el 15 de julio de 1959. Gianna y Pietro deseaban una familia numerosa y santa, pero los tres embarazos se habían manifestado difíciles y habían puesto en peligro la salud de Gianna. Esto no la desanimó y no la hizo retroceder en el deseo de llevar adelante su sueño. Cuando a la cuarta gravidez, a causa de un gran fibroma en el útero se hizo indispensable una intervención quirúrgica, Gianna dispuso sin dudarlo que el médico se preocupase en primer lugar de salvar a su hijo. Después de la operación continuó trabajando, cuidando de sus tres hijos y de su marido y aún siendo consciente del riesgo que suponía ese embarazo para su hijo y para su propia vida, no dejó de sonreír, fortalecida con la oración y la meditación, con su gran fe que nunca vaciló, por el amor a sus tres hijos y a Pietro que aceptó la decisión de poner en primer lugar la vida del niño. El 20 de abril de 1962, viernes santo, Gianna entró en el hospital para el parto. El sábado toda la familia tuvo la alegría, la primera de todas la madre Gianna, de ver a su hija ver la luz, pero pocas horas después del parte comenzaron los dolores inauditos, no pudiendo soportar aquellos sufrimientos superiores a sus fuerzas, Gianna comenzó a invocar a su madre, rogándole que se la llevara con ella al Paraíso. Los días siguientes fueron dolores atroces. A las 8:00 del 28 de abril sus penas terminaron y las puertas del Cielo se abrieron para ella, Pietro llamó a la recién nacida Gianna Emanuela en memoria de su madre y de su sacrificio.
El Papa Pablo VI calificó el sacrificio de Gianna una inmolación meditada, ya que entre su vida y la de su hija eligió sin reservas la de la criatura que llevaba en su seno. El 24 de abril de 1994, San Juan Pablo II la declaró beata. La Iglesia, además de declarar de esta manera que Gianna vive en la gloria de los santos, la pone como ejemplo, la muestra a todo el pueblo de Dios como un modelo para imitar y hoy, precisamente, ¡necesitamos tanto estos modelos!