Don Giacomo Alberione

* Giacomo Alberione

NOTAS  BIOGRÁFICAS

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Giacomo nació en San Lorenzo di Fossano, provincia de Cuneo el 4 de abril de 1884 en una familia modesta y muy cristiana. Su vocación era particularmente precoz, ya en los primeros años escolásticos, cuando la maestra le preguntó qué quería hacer cuando creciera, el pequeño Giacomo le respondió que sería sacerdote. De hecho, cuando contaba sólo doce años, el 25 de octubre de 1896, dejó a su familia para ingresar en el seminario de Bra donde permaneció durante cuatro años. En la primavera de 1900 regresó con su familia, pasando seis meses entre la oración y el trabajo en el campo y luego se fue de nuevo al seminario de Alba. En la noche del 31 de diciembre de 1900, el jovencísimo Giacomo, durante la adoración eucarística, tuvo la intuición de un camino del que tenía que ser el iniciador, un nuevo camino, querido por Dios no sólo para él sino para otros que lo seguirían. Alberione, a sus dieciséis años, intuyó que había que era necesario hacer que el Evangelio llegase al mayor número de personas posible, que había que ir más allá de los muros de la parroquia, y llegar de una manera o de otra a los oídos de todos, incluso de los más sordos, y que para ello era necesario dotar a la Iglesia de nuevos medios, aprovechar las nuevas formas de comunicación. Como dijo el Papa San Pablo VI: “Don Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevas formas de dar vigor y amplitud a su apostolado, una nueva capacidad y una nueva conciencia de la validez de la misión en el mundo moderno y con medios modernos”. Anticipando el pensamiento del Concilio Vaticano II, el joven Giacomo ya había intuido que los instrumentos de comunicación social pueden ser una excelente ayuda para la Iglesia al servicio del apostolado, ya que el Evangelio es una buena noticia, pero la noticia debe anunciarse para que se conozca. También la televisión, los periódicos, hoy diríamos las redes sociales, pueden convertirse en púlpitos desde los que lanzar el mensaje del Evangelio.

Pero esa intuición ante el Santísimo Sacramento tenía que permanecer así durante mucho tiempo antes de que pudiera hacerse realidad: había un largo camino a seguir hecho de estudios, discernimiento, oración, trabajo en la vida espiritual, era necesario dar tiempo al tiempo y dejar que aquella deslumbrante iluminación madurara con sencillez y confianza en Dios.

El 29 de junio de 1907 tuvo lugar su ordenación sacerdotal y el 9 de abril del año siguiente la licencia en teología. Pasó los primeros años de sacerdocio dedicándose a sus fieles, sin dejar nunca de lado la inspiración que había tenido y el 20 de agosto de 1914, en Alba, abrió la Escuela Tipográfica Pequeño Operario, que constituyó el germen de la futura Congregación cuya intuición había cultivado con perseverancia a lo largo del tiempo. En 1915 nació la rama femenina: las Hijas de San Pablo. Don Giacomo, silencioso, atento a los signos de los tiempos, recogido en sus pensamientos que pone ante el Señor en oración antes de ponerlos por obra, finalmente, el 5 de octubre de 1921 vio formarse la Pía Sociedad de San Pablo, que el 12 de marzo de 1927 se convirtió en una sociedad religiosa de derecho diocesano. Al día siguiente de este importante acontecimiento Don Giacomo hizo su profesión religiosa tomando el nombre de José.

Entre 1915 y 1960, fundó cuatro congregaciones de mujeres y varios institutos seculares. Sostenía que era necesario “anunciar a Cristo hoy con los medios de hoy” y que esta es la vocación de su familia religiosa, que encuentra su inspiración en la figura de San Pablo. Para Don Giacomo, en efecto, Paolo di Tarso fue el primer comunicador social en utilizar los instrumentos mediáticos de la época: las letras. Don Alberione, atribuyó a una intervención milagrosa de San Pablo su recuperación de una enfermedad inesperada que parecía comprometer irreparablemente su salud en el año 1923,

Don Giacomo murió en Roma, donde se había mudado en 1936. Cerró los ojos a este mundo el 26 de noviembre de 1971, pocos días antes había recibido, en la Casa Generalicia del Instituto, la inesperada y reconfortante visita del Papa Montini que lo había definido: maravilla de nuestra época.

Fue el Santo Padre Juan Pablo II quien lo proclamó beato en el año 2003.

 

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