NOTAS BIOGRÁFICAS
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Francisco nació en una de las familias más ilustres y poderosas de Navarra, los Xavier, el 7 de abril de 1506, cerca de Pamplona. Juan, su padre, fue administrador de hacienda, alcalde de la corte y presidente del consejo real, que representaba a la máxima autoridad de Navarra. Muy leal al rey, se había ganado su plena confianza obteniendo los cargos que ocupaba. Se casó con Doña María de Azpilcueta, cuyo árbol genealógico se remontaba a la época de Carlomagno. Nobles ambos, pero no sólo de sangre, especialmente de corazón, educaron a sus hijos a una profunda piedad. Tenían cinco: Magdalena que entró en las Clarisas de Gandía donde tuvo fama de santidad; Ana que se casó; Miguel y Juan que eligieron la carrera de las armas y finalmente nuestro Francisco. El último de los Xavier, ojos negros y cabello rizado, era el centro de atención de la casa.
La vida serena y rica de la familia sufrió una crisis devastadora cuando el padre, Juan, murió el 15 de octubre de 1515, año en que Navarra perdió su libertad e independencia convirtiéndose en una provincia de España. En ese momento comenzaron los levantamientos de los rebeldes navarros, entre cuyas filas se encontraban Juan y Miguel que, durante años, se vieron obligados a mantenerse alejados de la Patria, refugiados en la aliada Francia. Los Xavier se volvieron a reunir en 1524, una vez obtenida del emperador español la amnistía total y la restitución de los bienes robados.
A diferencia de los dos hermanos mayores, el joven Francisco no sentía ninguna atracción por las armas, sino que quería, más bien, seguir una carrera de estudios. Así que en 1525 se fue a París, donde frecuentó el Colegio de Santa Bárbara. Erudito, inteligente, dispuesto y vivaz, tuvo al principio amistades más bien equivocadas, hasta que Pedro Fabro llegó como su compañero de cuarto, un chico de orígenes humildes, bueno y con la mente puesta en las cosas de Dios. Francisco, a quien no le gustaban sus “rarezas piadosas”, pronto aprendió a apreciar sus buenos ejemplos. Pero el cambio de su vida llegó en 1529, con la llegada al Colegio de un joven medio cojo de treinta y siete años, ex capitán de Guipúzcoa que había luchado contra los hermanos de Francisco, cuyo nombre era Ignacio de Loyola, para los alumnos de latín de Santa Bárbara el abuelo.
Ignacio no le gustaba a Francisco porque predicaba el desprecio del mundo, mientras que Pedro inmediatamente se sintió atraído y conquistado por los pensamientos del viejo capitán español. Fue una arcilla dura de trabajar la del joven Xavier, pero al final Loyola lo conquistó para su causa a fuerza de decirle: “Francisco, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” En 1533 Francisco era ya con Pedro un discípulo de Ignacio. Los tres se unieron al año siguiente para fundar la Compañía de Jesús. En 1537 fue ordenado sacerdote y se convirtió en el primer secretario de la Compañía. Con el deseo ardiente de llevar el Evangelio a aquellos que aún no lo habían conocido, Francisco partió como misionero en la India portuguesa en 1542. Después de predicar durante cinco meses y con gran éxito en Goa, se adentró en lo que ahora se llama Sri Lanka, donde convirtió a multitudes enteras. En 1545 fue a Malaca y al año siguiente comenzó sus viajes a las islas del archipiélago malayo donde fundó numerosas comunidades cristianas. De vuelta en Malaca, en 1547, la información de un exiliado japonés lo animó a partir hacia Japón, con el deseo de introducir el cristianismo allí también. Dejó Goa con dicho exiliado, un sacerdote jesuita y un fraile converso, y desembarcó en Kagoshima en 1549. No fue una tarea fácil, sin embargo, cuando en 1551 salió de Japón, dejó con satisfacción una próspera comunidad cristiana. No satisfecho, con el ansia de llevar a Cristo a cada hombre comenzó a planear una misión en China. La misión, sin embargo, era aún más difícil que la de Japón debido a la hostilidad del gobierno chino hacia los extranjeros, aquellos que querían entrar también se arriesgaban a la pena de muerte. Aún así logró planificar el viaje con la ayuda de la diplomacia portuguesa, pero en Malaca el almirante a cargo, irritado porque no había sido elegido como embajador, echó a perder la empresa y denunció al Santo como falsificador de bulas papales e imperiales. A pesar de todo, Francisco no se detuvo, logró llegar, el 17 de abril de 1552, a la isla de Sanciano con un sirviente chino convertido, Antonio de Santa Fe y con la energía de siempre, a pesar de encontrarse ya debilitado por las muchas y heroicas fatigas, decidió continuar el viaje, pero nunca llegó a China: enfermó de neumonía y privado como estaba de cualquier cura murió en una choza el 3 de diciembre de 1552. Sus restos descansan en Goa en la iglesia del Buen Jesús. Fue canonizado en 1622 y declarado patrono de Oriente en 1748, patrón de la fe en 1904 y en 1927, junto a la monja de clausura francesa, Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de todas las misiones.