Fioretto R1, la dimora, titolo SP

Florecillas de la vida religiosa – 1

«Entra, hija mía, en este claustro para consagrarte a Dios y cumplir la promesa que le hice a la Virgen María antes que nacieses».

De este modo Josefa, su madre, despide a su hija al entrar en el monasterio de la Inmaculada Concepción de las Mínimas de Valls. Después de tantas dudas y discusiones, ella también se había convencido de la veracidad de la vocación de aquella hija tan virtuosa, a la que tantas veces había probado y, a pesar suyo, había hecho sufrir.

En la puerta de ingreso, con la madre están Félix senior y Félix junior. Un último abrazo y la difícil pero bendita separación.

Era el 29 de enero de 1860 y Filomena había cumplido los 19 años.

El monasterio se enriqueció con una nueva piedra preciosa. Pero la joya en cuestión se sentía como una pequeña piedrecita sin valor y, más bien, consideraba todo lo que la rodeaba como un tesoro de valor incalculable.

Todo le parece majestuoso, todo precioso; sonríe, está radiante y cuantos más minutos pasan, más contagiosa se hace su alegría que tiene que manifestarse. De este modo comienza a tocar cualquier imagen pobre, cualquier pobre estatuilla que cae bajo sus ojos y las acaricia con ternura y amor, las abraza como preciosos tesoros. No había para ella cosas más bellas, no había un lugar más noble, ninguna obra de arte valía tanto, como los viejos y desgastados muebles del monasterio.

Se encontraba en la morada del Rey de reyes. Y esa felicidad la convirtió de nuevo en una niña, algo parecido a lo que le sucedió cuando abrazó los pañales de su hermanito pequeño, convencida de que eran los del Niño Jesús. Pero ahora, no había duda, esta era realmente la casa de Dios y ella estaba rodeada por las esposas del Cordero. ¿Qué más se puede pedir? … ¡Serlo ella también cuanto antes!

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