Un hecho realmente indicativo de la amable finura de Filomena tiene por objeto un gesto simple, y sin embargo de gran delicadeza y caridad, que tuvo con una jovencita pobre que cada día pasaba delante de su casa para ir a coger agua al rio. Filomena tenía alrededor de siete años y no obstante la tierna edad este episodio nos hace descubrir en ella una madurez fuera de lo común.
Una mañana, mientras la niña iba como de costumbre al río Ebro, vio a su lado a Filomena que diciéndole que tenía que ir ella también a coger agua al río le pidió amablemente que le llenara su jarra.
Con esta excusa no tuvo dificultad en dar una suma de dinero a aquella niña de su misma edad, diciéndole que era por el servicio que le había hecho. Con ese dinero había conseguido dar un poco de alivio a la situación de miseria en la que vivía, sin ponerla en apuro, haciendo pasar aquella limosna como el justo pago por el favor recibido.
Varios años después esta joven, al igual que Filomena, entraría en el Monasterio de las Mínimas de Valls, tomando el nombre de Sor Carmen de Santa Rosa, y habiendo conservado en el corazón el grato recuerdo de ese gesto contará varias veces el episodio a sus hermanas en religión.