Desde niña, la pequeña Filomena fue enseñada a tener gran atención hacia los más desafortunados y necesitados, algo que le resultó pronto muy natural: si de hecho, ella se mostraba con todos con gran amabilidad y respeto, hacia los más pobres y los enfermos, nutría una espontánea predilección.
Su madre, la acostumbró a dar limosna y a ofrecer siempre ayuda a cuantos lo necesitasen, a privarse de lo suyo para ofrecérselo a quien estaba en necesidad y la lección había sido aprendida.
Esto lo vemos en muchos episodios de su vida, y uno de estos se refiere a una anciana paralítica muy pobre, carente incluso de los necesario.
La señora Galcerán, mandaba a menudo a su hija a llevarle alimentos. Filomena, sin embargo, no se contentaba con entregarle la comida, sino que se detenía con la pobre ancianita para confortarla y ayudarle a aceptar con serena resignación ese sufrimiento.
La anciana se quedaba aliviada y consolada por las palabras que la niña le dirigía y se sentía feliz cada vez que ella iba a visitarla.