SÚPLICA
Oh, Santísima Virgen del Milagro, Madre y Reina de la Misericordia, postrados ante tu imagen, confiamos totalmente en tu protección amorosa y poderosa. Mantén viva y pura en nosotros la luz que tu Hijo divino hizo brillar sobre la tierra; esa luz que es la fuente de la vida moral, la luz de la fe. Tú que milagrosamente te dignaste aparecer, para iluminar con esta luz de la fe el espíritu del hebreo Ratisbonne, renueva este milagro por tantos hermanos y hermanas nuestros infelices que viven con incredulidad o indiferencia. Ilumínanos, oh María, con tus resplandores; que hacen que los juicios divinos sean creíbles para nosotros y nos hacen vivir constantemente como hijos de la luz. Avemaría
Oh, Santa Madre de Dios, tus manos benditas, que derramaron copiosas gracias en el alma afortunada del hebreo, son también el precioso medio por el cual se extiende sobre nosotros la gracia, que despierta en nuestros corazones, estériles por la culpa, la esperanza de la visión divina. A ti, por tanto, acudimos en todas las necesidades: esperamos que nos alcances del Señor el perdón de todas nuestras culpas, la ayuda necesaria para no sucumbir en nuestras debilidades, para no volver nunca más al camino del pecado. Oh, Madre divina, por intercesión tuya cambió el corazón endurecido de Ratisbonne; renueva también el nuestro, y haz que sus palpitaciones sean sólo para la virtud, y sus aspiraciones sean sólo para el Cielo. Avemaría
Oh, Madre del amor y Reina amabilísima, fuiste tú quien obtuvo los rayos de la gracia a la mente de Ratisbonne, y encendiste en su alma perdida en la culpa, la llama de ese amor celestial, que tanto lo elevó y lo ennobleció: Purifica e inflama de amor celestial también nuestros corazones. Sí, oh María, tu amor y el de tu Hijo brillen siempre en nuestras costumbres, suone en nuestros labios, y nos haga dignos de tu mirada y de tu sonrisa materna. Este amor, oh Virgen bendita, nos haga a todos hermanos en Jesuristo, unifique nuestras mentes y nuestros corazones, nos convierta en trabajadores fecundos para la salvación eterna, nos conduzca a gozar contigo las alegrías del Paradiso. Avemaria
Oración de S. Bernardo, Acordaos oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Ti acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Ti. Oh Madre del Verbo, no deseches mis súplicas, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén.