Verdaderamente la opción eremítica en la gruta de Paula ha sido leída siempre por los escritores de la Orden como deseo de conformación con Cristo crucificado: Se retiró al yermo, y abrazó al Crucifijo y bebió tanta agua celestial y se llenó de tanta gracia como para renunciar a todas las cosas terrenas, negándose a sí mismo, y como para adherirse plenamente al Crucificado con la mente y el corazón. En el joven Francisco soledad eremítica, amor al Crucifijo y decisión penitencial se identifican: Se escondió sólo con el Crucifijo en el cual vivió como clavado por amor y para participar en su dolor… Contemplando con la mente la pasión de Cristo, participando en el cuerpo en el dolor de las llagas de s Redentor, haciéndose conforme con la penitencia al Crucificado. Él es el que busca abrevarse en la frente de gracia que brota de Cristo, y los autores gustan representarlo parado bajo la cruz como Juan.
En realidad, Francisco, a parte de la dimensión penitencial con la que ha tratado de revivir la pasión de Cristo, ha mostrado también con las actitudes externas esta inclinación interior suya hacia el Crucifijo. En el bastón, con el que se acompañaba en sus viajes, llevaba siempre una cruz. Con una cruz delimita, en cierto sentido, la sacralidad del convento donde vive con sus frailes en Paula. Ante la cruz se detiene frecuentemente a orar, sobre todo antes de realizar algún milagro. Un testigo refiere que Francisco, instado a intervenir en favor de un enfermo, se detuvo antes en contemplación ante el Crucifijo. Invita también a los fieles a prácticas de piedad en honor del Señor crucificado.
Y esto no era una invitación sólo ocasional, nacida de circunstancias contingentes, sino que partía de la voluntad, nutrida por la convicción interior, de querer comunicar a los demás, a través de una práctica devocional, un genuino contenido de espiritualidad En efecto, institucionaliza esta práctica prescribiéndola en la Regla de la Tercera Orden: Cada viernes recitaréis devotamente cinco Padrenuestros y otras tantas Avemarías en memoria de la pasión de Jesucristo.
Orar a los pies de Jesús era una devoción en uso en la tradición monástica antigua y medieval. Con ella se quería imitar sobre todo el ejemplo de María Magdalena que bañó con sus lágrimas los pies del Señor y los enjugó con sus cabellos. Se afirmaba de manera particular que la tarea de los monjes era cubrir mediante lágrimas, con María, los pies del Señor en la clausura de sus claustros. De aquí derivó la persuasión de que el gesto de postrarse a los pies de alguien para pedir perdón era como postrarse a los pies de Jesús.
Francisco a menudo, cuando ora, se dispone con las manos extendidas em forma de cruz, y eso prescribe a algunas personas que le pedían una intervención prodigiosa. También ésta es una manifestación típica de la espiritualidad monástica, que se remite a Jesús que muere con los brazos abiertos en la cruz orando al Padre. Esta imagen fue considerada muy significativa para una espiritualidad penitencial, porque, como Cristo en la cruz sólo podía orar y hablar, en cuanto que todo el resto del cuerpo estaba impedido, así el monje debe imitar a Cristo en sentirse ligado a él (ése es el significado de ensanchar los brazos) para poder sólo orar […].
Para concluir esta parte no podemos dejar de recordar el recurso que hace Francisco al signo de la cruz para conjurar los peligros, para realizar curaciones, para invocar la bendición de lo alto.
Podemos verdaderamente sostener que toda la vida de Francisco se ha desarrollado en la línea de la imitación fiel de Cristo, tanto que ha merecido del Papa Alejandro VI el elogio ya conocido de ser imitador ardentísimo del Redentor…
El momento de la muerte de Francisco, que por un signo particular de Dios ocurre en Viernes Santo, es como el último toque de la gracia de Dios, que quiere completar esta identificación construida lentamente a lo largo del arco de noventa y un años. Francisco, que ha comenzado la semana de pasión en un estado de sufrimiento físico, causado por una fiebre insistente, cierra los ojos a este mundo abrazando y besando repetidamente el Crucifijo, después de haber escuchado el relato de la pasión, tomado del Evangelio de S. Juan.
Sabemos que Francisco tuvo de Dios el don de la incorruptibilidad del cuerpo después de la muerte. En 1562 los hugonotes, en el contexto de las guerras de religión, profanaron su tumba, extrajeron su cuerpo todavía intacto, lo arrastraron a la hospedería del convento y trataron repetidamente de quemarlo. Se dice que toda tentativa resultó vana, hasta que pensaron usar para la hoguera la gran cruz que estaba en el Altar mayor. Solo en este fuego se consumieron los restos mortales de Francisco. La identificación con el Crucificado fue plena. El sacrificio y la inmolación de Francisco se consumó en el sacrificio y en la inmolación de la cruz.
GIUSEPPE FIORINI MOROSINI, Il Carisma penitenziale dell’Ordine dei Minimi, pp. 515-518.