NOTAS BIOGRÁFICAS
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Silvia es el nombre de bautismo de Chiara Lubich, nació en Trento, Italia, el 22 de enero de 1920, la segunda de cuatro hijos.
A la edad de 18 años Silvia obtuvo su diploma como maestra de escuela primaria con gran éxito, ansiosa por continuar sus estudios intentó ser admitida en la Universidad Católica, pero terminó trigésima cuarta cuando sólo había disponibles treinta y tres puestos de admisión gratuita.
El punto de partida decisivo de su experiencia humano-divina llegó en 1939, durante un viaje a Loreto, donde fue invitada a un convenio de estudiantes católicas, donde el Señor comenzó a revelarle que tenía un proyecto especial para ella, pero que no la llamaba a ninguna de las vocaciones tradicionales. Se convirtió en terciaria franciscana y tomó el nombre de Clara. Un día de 1943 escuchó una invitación clara: “Date toda a mí”. Sin perder tiempo, pidió permiso para realizar un acto de entrega total a Dios, a un sacerdote capuchino, y el 7 de diciembre, en secreto, Lubich se entregó a Dios. En los meses siguientes entró en contacto con mujeres jóvenes que querían seguir su mismo camino, aunque no había nada definido excepto el radicalismo evangélico absoluto. Las jóvenes se reúnen, a pesar del clima de guerra que reinaba también en Trento, leen el Evangelio, hablan de las cosas del Cielo. En mayo de 1944, durante uno de estos encuentros, abrieron una página al azar del Evangelio, Jn 17,21 “Padre, que todos sean uno” y las jóvenes se empezaron a dar cuenta de que habían nacido precisamente para esas páginas, para ese ideal: la unidad. En el número 2 de Piazza Cappuccini nació el primer hogar, lo llamaron la casita; Chiara y algunas amigas se fueron a vivir allí, pero alrededor de la “casita” merodeaba cada vez más gente que se sentía atraída por la propuesta de Chiara. Inicialmente será una convivencia de vírgenes, pero pronto a este grupo de focolares le seguirán chicos jóvenes, adultos, madres, ancianas… Los sábados por la tarde, los encuentros en los que Chiara hablaba del Evangelio vivido y anunciaba los primeros descubrimientos de lo que más tarde daría lugar a la “espiritualidad de la unidad” eran muy concurridos y en 1945 ya eran 500 las personas que deseaban compartir el ideal de las jóvenes focolares. Todo lo tenían en común, como en las primeras comunidades cristianas.
El obispo, Mons. Carlo De Ferrari se entera de la ópera, quiere conocer a las jóvenes y las bendice. El 1 de mayo de 1947 aprobó el “Estatuto de los Focolares de la Caridad – Apóstoles de la Unidad”. En el otoño de 1948 nació el primer focolar masculino y en Pistoia, en 1949, Pasquale Foresi conoció el ideal de la unidad y se convirtió en uno de los cofundadores del movimiento.
En el verano de 1949, Chiara se fue con sus compañeras al valle del Primiero para descansar. Ahí le esperaba una intensa experiencia mística, una serie de “visiones intelectuales” que Lubich definiría como “Paraíso del 49”, fuente continua para el desarrollo de su espiritualidad, de su obra y de su pensamiento ya desde entonces objeto de numerosos estudios.[46].
En 1953, el “focolar” adquirió su forma “definitiva” cuando también las personas casadas se convirtieron en parte integrante de él, en primer lugar, Igino Giordani, escritor y parlamentario que dio a conocer el movimiento al mundo.
Los focolares se extendieron por toda Italia. La Iglesia, sin embargo, se tomó un tiempo para estudiar el movimiento naciente, más o menos quince años. De hecho, si bien el movimiento llegó pronto a todas las naciones europeas entrando en todos los continentes en 1967, no dejó de ser un camino difícil debido a la reticencia de la Iglesia a aprobar el movimiento. Para Chiara fueron años de grandes pruebas interiores, en las que reavivó su deseo de estar con Jesús Abandonado, fuente de su inspiración. Finalmente, sin embargo, el 23 de marzo de 1962, llegó la aprobación del movimiento por parte de la Iglesia Católica. Comenzaron a tomar forma diversas vocaciones, diferentes entre sí, pero unidas por la misma radicalidad.
El 13 de junio de 1967 comenzó la extraordinaria relación que uniría a Clara y al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Atenágoras I. En 1977 recibió el Premio Templeton en Londres, por el progreso de la religión, iniciando el diálogo interreligioso del movimiento, en 1988 el de la paz de Augsburgo en Augsburgo. En 1990 se aprobaron los estatutos generales del movimiento y Chiara, con la colaboración de Mons. Klaus Hemmerie fundó la “Escuela Abba”, que intentó traducir en doctrina la vida de comunión y la espiritualidad de la unidad. En 1991 inició un proyecto de Economía de Comunión que pronto extendería a todos los continentes. Recibió 16 doctorados honoris causa que le fueron otorgados entre 1996 y 2008, sin contar los premios otorgados por la UNESCO para la educación para la paz en 1996 y por el Consejo de Europa para los derechos humanos en 1998 y las más de 12 ciudadanías honoríficas que se le atribuyeron. Entre 1995 y 2004 emprendió una extraordinaria temporada de viajes en la que abrió nuevos horizontes de diálogo: fue la primera mujer, blanca y cristiana, en hablar en la mezquita de Malcolm X, así como la primera en establecer relaciones continuas con los afroamericanos del imán W.D. Mohammed, con los budistas Theravada de Chang Mai, con el movimiento budista Rissho Kosei-kai y con grandes grupos hindúes. En 1994 fue elegida presidenta honoraria de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz. Por último, abre el diálogo a las personas de convicciones no religiosas, porque en el proyecto de unidad nadie debe ser excluido.
Los últimos tres años de vida son los más difíciles, los años de oscuridad en los que Dios parece esconderse. Chiara murió el 14 de marzo de 2008, al funeral del 18 de marzo asistieron miles de personas, entre ellas numerosas personalidades civiles y religiosas, tanto de la Iglesia católica como de las diversas Iglesias cristianas, y representantes de otras religiones.