El primer período en el monasterio se llama postulantado. Durante este período las jóvenes se enfrentan al primer acercamiento a la vida del monasterio, es una entrada lenta pero progresiva en los ritmos de la comunidad.
El comienzo de la experiencia de Filomena en el monasterio fue sui generis, ya que en aquellos días muchas religiosas habían caído enfermas, y las pocas sanas se ocupaban de asistir a todas: la necesidad requería que incluso la postulante que acababa de entrar ayudara a la comunidad que había llegado a encontrarse en dificultades.
Filomena se lanzó de cabeza a ayudar a las enfermas, teniendo mil atenciones hacia ellas. Se le confió la delicada tarea de ayudar a una monja anciana, Madre Cecilia de la Santísima Trinidad, de 80 años y cuya salud era bastante precaria.
La joven Ferrer se dedicó al cuidado de la Madre Cecilia «con una caridad más angelical que humana». Pasando la Reverenda Madre de esta tierra a la feliz Morada Eterna, Filomena se encargará de arreglar el cuerpo con una delicadeza y bondad que dejó a todas las hermanas edificadas.
Era costumbre en el monasterio que, a la monja fallecida, se le hiciera el lavado de manos y pies y Filomena se dispuso a hacer esta operación. Fue la Madre Maestra quien intervino prohibiéndole: tal vez parecía demasiado para una chica de 19 años; pronto se acostumbraría, esa santa maestra, a ver que para Filomena nada era demasiado cuando se trataba de amar.