Desde la edad de los cuatro años hasta los ocho, Filomena sufrió a casa de numerosos males físicos; particularmente sufrió de tumores fríos que le ocasionaban terribles dolores.
Soportaba las enfermedades con una inalterable paciencia, sin un lamento. Secreciones repelentes en los brazos, en los pies, en el costado, la llevaron a necesitar varias intervenciones quirúrgicas. Pero, como atestigua la amiga y más tarde condiscípula, Magadalena Amorós, si le preguntaban cómo estaba, respondía siempre que bien, que no tenía nada.
Sometida a la enésima intervención quirúrgica en una mano, una dolorosa operación afrontada sin un solo gesto de dolor con gran asombro del cirujano dejó sin palabras al médico, a su padre y a su madre, pues retirando la mano operada y volviéndose hacia el doctor, con una gran sonrisa le dijo: «¡Y ahora la otra!».