NOTAS BIOGRÁFICAS
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Vincenzo Maria Clausi, nació en San Sisto dei Valdesi (Cosenza-Italia) el 26 de noviembre de 1789. A los 15 años, pidió entrar en la Orden de los Mínimos. El 1 de octubre de 1805 fue admitido al noviciado en el Santuario de Paula. La supresión de las órdenes religiosas, durante la invasión francesa, sin embargo, le obligó a abandonar pronto el claustro. Regresó como sacerdote en 1828, después de haber obtenido, con dificultad, el permiso de su arzobispo, reacio a ceder la perla de la Diócesis. De nuevo entre los Mínimos, Vincenzo profesó el 17 de abril de 1828 tomando el nombre de Bernardo María. Fue enviado a Roma, al Convento Colegio S. Francesco di Paola ai Monti, en el 1830 donde, precedido por la fama de santidad fue acogido con aclamaciones por la gente. Estimado por los hermanos fue elegido superior en el 31 y renovado en el cargo varias veces. Su obra apostólica le llevó a viajar a menudo por toda Italia, e incluso fue llamado por el rey Carlos Alberto, y dondequiera que iba encontraba siempre una multitud de gente deseosa de encomendarse a las oraciones del «padre Santo». Acudía tanta gente a sus celebraciones eucarísticas que no pocas veces tuvo que intervenir la policía para abrirle paso. Los muchos milagros que hacía teniendo en sus manos a la virgen milagrosa con la que bendecía, los éxtasis, el don de profecía y de escrutar los corazones, el poder que ejercía sobre los demonios, lo habían hecho muy buscado y deseado, pero no habían alterado para nada su profunda humildad y la bajísima concepción que tenía de sí mismo.
Apreciado por el Papa Gregorio XVI primero y luego por Pío IX, Clausi por amor a la Iglesia perseguida que en 1848 vio la fuga del Pontífice exiliado a Gaeta, hace su ofrenda victimal a Dios para la liberación de la Iglesia. Experimenta la oscuridad del espíritu y sufre tentaciones violentas del maligno; en el último año de su vida es asaltado por grandes desolaciones internas, pero su confianza en la misericordia de Dios es inquebrantable. Como ya había profetizado, el 20 de diciembre de 1849, con evidente paz exhaló su último aliento. San Juan Pablo II lo proclamó Venerable el 11 de diciembre de 1987.