La oración es la elevación del alma a Dios para adorarlo y agradecerle los beneficios que nos concede constantemente, especialmente por el don de la vida y por habernos admitido como parte de su Familia al adoptarnos como hijos, por la Redención que Jesús ha obrado en nuestro favor, por la ternura y la atención con que su divina Providencia nos cuida. Esta elevación del espíritu puede ir acompañada de expresiones verbales (y entonces hablamos de oración vocal) o puede ser solo mental o espiritual, puede ser solo mental o espiritual, como expresó Sta. Teresa del Niño Jesús: “Para mí la oración es un impulso del corazón, es una mirada sencilla hacia el cielo, es un grito de gratitud y de amor en la prueba como en la alegría”.
También podemos presentar a Dios, nuestro Padre, nuestras necesidades de manera general, como lo hacemos al recitar al Padre Nuestro (“danos hoy nuestro pan de cada día y líbranos del mal”), o también de manera detallada, suplicando ayuda en situaciones especialmente difíciles o dolorosas, o incluso pidiendo que se aleje de nosotros el cáliz del sufrimiento, como lo hizo Jesús en su oración antes de la Pasión.
A Dios no le molestan nuestras peticiones, al contrario, se alegra de que nos dirijamos a Él en busca de apoyo, y lo desea. De hecho, nuestra oración de súplica es una respuesta de fe a sus promesas de amor y salvación. Es Verdaderamente importante que nuestra oración sea filial, es decir, humilde y confiada. Y que, de la misma manera que Jesús, estemos dispuestos a aceptar la solución que el Padre dará a nuestras peticiones, que no siempre coincide con nuestros deseos, terminando todas nuestras súplicas con las mismas palabras de Jesús: ¡no lo que yo quiero, sino lo que tú quieras!
Entonces, ¿tiene sentido presentar nuestras peticiones?
Claro que sí, con la plena seguridad de que nuestras oraciones siempre son escuchadas, aunque no sea como lo hubiéramos deseado, siempre será de la mejor y más conveniente manera para nuestra salvación eterna. Especialmente si oramos en comunión con Jesús y entre nosotros, porque Él nos lo ha prometido: “Si dos de vosotros en la tierra os ponéis de acuerdo para pedir algo, mi Padre que está en los cielos os lo concederá. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt 18:19-20).
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