NOTAS BIOGRÁFICAS
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Isabel Catez nació el 18 de julio de 1880 en Bourges (Francia), del Capitán Joseph Catez e Marie Rolland. Fue bautizada el 22 de julio con los nombres de María Giuseppina Elisabetta, pero en casa todos la llamaban Bettina. A la primogénita se unió poco después, Marguerite, o familiarmente Guite. Las dos hermanas eran muy distintas entre ellas, Elisabetta era de índole fuerte, decidida, alegre y extrovertida, Marguerite era más cerrada e insegura.
La carrera militar del padre les consintió vivir una infancia cómoda y serena hasta la edad de 8 años, cuando en el año 1887-1888 después del traslado a Dijón, donde murió el abuelo, la trágica e inesperada muerte del capitán Catez, causó un cambio de vida total para la joven viuda y sus dos hijas. El dolor por la muerte del padre, junto al que estuvo hasta el último momento, fue para Isabel casi insostenible al principio; más tarde, la fuerza de la fe y el sentido de altruismo la empujaron a ser valiente, pensando en su madre y en su hermana menor.
Su carácter, sin embargo, hacía de ella una persona inquieta, colérica y con arrebatos de ira, lo cual le procuró no pocos castigos por parte de su madre, que no conseguía domar a su hija que cuando se enfadaba ¡daba incluso puñetazos contra la pared…! Pero cuando hizo la Primera Comunión se decidió a cambiar de conducta y, efectivamente, con la fuerza de la gracia lo consiguió, de manera que desde entonces nadie la vio perder la paciencia o ser quisquillosa e irascible, es más, alcanzó un equilibrio y una calma envidiables. Allí en Dijón, al lado de su casa se encuentra el monasterio de las Carmelitas Descalzas. Aquellos muros se convirtieron para ella en motivo de reflexión. A menudo se paraba ante ellos, los observaba y se preguntaba cómo sería la vida dentro de aquel recinto misterioso.
En 1894, con trece años, ganó el primer premio de piano en el Conservatorio de música, donde se reveló su talento natural, que hizo ilusionar a la señora Catez, en vistas de un futuro brillante para la hija. Ese mismo año, Isabel hizo voto de virginidad, sintiéndose cada vez más atraída por Dios a una vida de mayor unión y, aunque pase a menudo las vacaciones, especialmente en el verano, viajando con la familia, entre Francia y Suiza, pasando períodos felices e intensos, no se le va el pensamiento y el deseo de ser toda de Dios. Va madurando, así, en ella la decisión de entrar en el Carmelo de Dijón. Cuando reveló su proyecto a su madre se enfrentó con un neto y fuerte rechazo. Marie pensaba en un matrimonio feliz para su hija, en una carrera de pianista, y sobre todo, en tenerla cerca durante su vejez. Isabel respeta a su madre, pero Dios es Dios y está firmemente decidida en su opción, aunque tenga que esperar para realizarla. Marie Catez, mujer inteligente y llena de fe, después de algún tiempo comprendió que no podía retener a su hija impidiéndole que hiciera la voluntad de Dios, que no tenía que ser egoísta pensando en sí misma y no en su hija. Así que se resignó y aceptó la idea de dejarla libre, y en el año 1899 le prometió que cuando fuera mayor de edad podría entrar en el monasterio con su bendición, aunque no fuera un sí totalmente lleno…
El 20 de agosto de 1901, finalmente, después de una larga espera, se realizó el deseo de la jovencísima Catez y las puertas del Carmelo de Dijón se abrieron para recibirla y custodiarla por el resto de su vida, breve, pero intensa. El 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción tuvo lugar la vestición religiosa e Isabel toma el nombre oficial de Sor Isabel de la Santísima Trinidad. Durante el noviciado se enfrenta con una dura prueba porque encuentra grande dificultad en las oraciones vocales, en las largas funciones, acostumbrada como era a una oración sencilla y silenciosa. A veces olvida algunas prescripciones del Carmelo y esto la hace sufrir. En el Oficio de la Liturgia parece distraída a causa de los errores que comete, pero la verdad es otra: Absorta en las cosas de Dios a veces está como ausente. Durante la oración silenciosa se apacigua y encuentra una tregua a los escrúpulos que la asaltan durante el día a causa de las faltas que son normales en una novicia. Pero la prueba se intensifica cuando se encuentra en un estado, insólito para ella, de silencio interior. Dios no se le manifiesta ya con sus dulzuras espirituales que hacen fácil el camino: es en la prueba donde se forja la fe pura y una vez superada se convierte en la puerta hacia la perfección cristiana. Este periodo de prueba afrontado con la oración y abandono en las manos de Dios cesó después de su profesión religiosa, el 11 de enero 1903.
Enamorada del Gran Misterio de la Trinidad que lleva en el nombre de religión, ya antes de entrar en el Carmelo había tenido experiencias místicas de la presencia del Dios Uno y Trino dentro de su alma. Sin haber estudiado, Isabel tenía bien claro el misterio de la inhabitación trinitaria, y estaba segura de que en lo más intimo de su alma moraba Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En el convento profundizó y perfeccionó su conocimiento del misterio de la presencia de la Santísima Trinidad en el alma que está en gracia, no tanto por los estudios como por la experiencia, y nació en ella el deseo de ser Laudem Gloriæ (alabanza de gloria) para el Señor, aquí en la tierra y en la eternidad. Por esto las hermanas empezaron a llamarla Laudem.
Durante la Cuaresma del 1906 se le manifestaron los primeros síntomas de una grave enfermedad en el estómago que en poco tiempo la llevó a la muerte. La dolorosísima enfermedad que se le diagnosticó le devastó el cuerpo, pero no el alma, que creciendo en la unión con Dios se sintió privilegiada por poder unirse a su Esposo Crucificado. En ella predominaba la alegría sobre el sufrimiento, sintiendo que su Esposo la había elegido para poder seguir sufriendo en ella para la gloria del Padre. Muere poco a poco de hambre, teniendo continuos vómitos de sangre. Cuando el dolor se hacía más fuerte se refugiaba en la tribuna que daba a la Iglesia, para ponerse bajo las alas de su Maestro y Señor. Murió el 9 de noviembre de 1906, después de nueve días de dolorosísima agonía soportada con heroica virtud. El 25 de noviembre de 1984 fue proclamada beata por San Juan Pablo II y el 16 de octubre de 2016 el Papa Francisco la inscribió en el albo de los santos.