Rasgos físicos de San Francisco

No poseemos un retrato seguro, que se remonte al tiempo en que vivió Francisco y que nos pueda ofrecer sus rasgos físicos. Fiot ha estudiado las relaciones entre el pintor francés J. Bourdichon y el ermitaño de Paula, con el fin también de localizar el retrato más auténtico de Francisco.

  1. Bourdichon, pintor de la corte en el tiempo en que vivió Francisco, ha sido el primer testigo escuchado en el Proceso de Tours para la canonización del Paulano. Él certifica que dos veces trató de sacar del rostro de Francisco, ya difunto, un modelo para pintarlo mejor y coger de él con mayor exactitud las facciones. Parece que a continuación, a partir de la copia obtenida, pintó tres retratos de Francisco: uno fue puesto en el altar del convento de Plessis, junto a la tumba del mismo Francisco; otro en la iglesia, frente a sus reliquias; el tercero fue regalado a León X con ocasión de la canonización del Paulano (1519). Las tres obras se han perdido, aunque de la tercera conservamos aun hoy reproducciones hechas en los siglos XVI y XVII. Fiot cree que los retratos de Bourdichon han influenciado toda la reproducción artística sobre S. Francisco en el curso del siglo XVI.
Copia del retrato realizado por J. Bourdichon
 y regalado a León X
con ocasión de la canonización de San Francisco

La tradición artística más antigua nos lo ha representado siempre de edad más bien avanzada, como un hombre de elevada estatura y robusta constitución física, con la nariz aguileña, con el rostro cubierto por la barba, ascético y un poco severo, a menudo completamente absorto en la contemplación, alguna vez con el semblante un poco ausente. Es tal vez la imagen que, Francisco, ha dejado de sí mismo en edad ya avanzada; pero es la imagen usada después por los artistas, y por lo tanto ha quedado impresa en su iconografía. El testigo 40 del Proceso de Tours dice: Su aspecto revelaba que estaba bastante extenuado por los rigores de la penitencia. En la imagen que se nos ha transmitido como obra donada por Bourdichon a León X, M. Cordaro encuentra los elementos de la fisionomía de Francisco, que nos han dejado los escritores contemporٔáneos suyos en sus descripciones: Estatura superior a la media… rostro bastante alargado… bien proporcionado, delgado y, naturalmente arrugado, evidenciando la edad más avanzada del santo. La nariz era alargada y gruesa, la frente amplia, los ojos grandes y luminosos, rematados por espesas cejas.

Todos estos datos corresponden a los elementos que logramos obtener de los documentos de los orígenes, que en realidad nos ofrecen también otros elementos que, claro está, no podemos confrontar con los datos de la iconografía.

El Anónimo nos describe el retrato físico de Francisco con estas palabras: Llevaba barba y cabellos medianamente largos, esto es, ni muy largos ni muy cortos; como ya dije, no se los hizo cortar nunca. Era bastante corpulento y de recia constitución. Sin embargo, aunque viviera en tanta abstinencia en nada manifestaba debilidad; antes bien, mostraba un rostro tan rubicundo como si cada día comiera deliciosos manjares. Externamente aparentaba ser gordo, pero en realidad era todo hueso. Concluye luego con una aclaración, preciosa para imaginar cuáles pudieran ser las semblanzas de Francisco: Se asemejaba a San Antonio, como generalmente se le pinta. Con esta descripción se armonizan otros datos que nos proporciona el mismo discípulo contemporáneo o que se encuentran en otros contextos de los documentos de los orígenes de la Orden de los Mínimos.

Que Francisco fuera de estatura más bien alta lo podemos notar también por las prendas de vestir (manto, capucho, zuecos) usados por él y custodiados hoy como reliquias en el Santuario de Paula. Sus cabellos en la juventud eran probablemente rubios, si el testimonio del testigo 4 en el Proceso Cosentino no hay que tomarlo como expresión retórica sino más bien como expresión de su significado más inmediato: Sus cabellos resplandecían como el oro. Que fuera de constitución robusta resulta también de las descripciones hechas de su figura por algunos testigos del Proceso Cosentino: Lo veía caminar con los pies descalzos por lugares escabrosos, sembrados a veces de espinas y guijarros. Trabajaba con mazo de hierro de la mañana a la tarde. Otros precisan: Trabajaba de ordinario manualmente con el azadón y el mazo. Todos lo describen como un hombre acostumbrado a todo trabajo, concordando una vez más con el Anónimo que anota: Durante el día trabajaba por más de seis personas. Con esta expresión, quizás el biógrafo coevo quería describir indirectamente la fuerte constitución de Francisco.

Ciertos episodios de su vida, que lo ven ocupado en trabajos ‘sobrehumanos’, ciertamente han sido en algunos casos manifestación de la intervención extraordinaria de Dios; pero es necesario no excluir que, en diversas situaciones, es su fuerza física la que emerge, como resulta de la declaración del testigo 114 del Proceso Calabrés: Ha visto con los propios ojos a tres jóvenes entre los más fuertes que estaban de un lado y del otro el beato Francisco solo, que llevaban grandes piedras de un lugar a otro. Esta prestancia física ha estado, ciertamente, en la base de la fuerte ascesis que ha caracterizado su vida austera. Austeridad valorada por todos en el límite de la condición humana: Ayunaba todos los días comiendo muy poco al atardecer, lo suficiente para sostener la naturaleza.

Esta prestancia física estaba coronada por un rostro sereno y alegre, dice un testigo, yes un testimonio que podemos unir al rostro rubicundo, del que habla el Anónimo. Tenemos así la imagen de un hombre que es, sí, un asceta, pero que se muestra sereno, jovial y cordial ya en su mismo aspecto exterior. Este rostro alegre es sin duda expresión, como veremos luego estudiando la personalidad de Francisco, de un carácter alegre y jovial, que ha estado en la base de su disponibilidad a la acogida y de la serenidad que sabía infundir en los demás, sostenido sin duda por una especial gracia de Dios. Toscano recapitula así el perfil de Francisco: Fue un hombre de hermosa presencia, de estatura que excedía la mediana, de buena complexión y robusto, y de corpulencia como para realizar grandes trabajos… Tenía la cara larga… los ojos negros, grandes y luminosos con mirada vivacísima… la nariz aguileña un poco gruesa y larga… en la juventud tuvo los cabellos rubios y parecidos al oro… llevaba la barba larga y bifurcada, que junto con los cabellos esparcidos aquí y allá tenía en sí majestad…

G. FIORINI MOROSINI, Il Carisma Penitenziale dell’Ordine dei Minimi, pp. 109-112

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