Es fundamentalmente un optimista, San Francisco apuesta siempre por la esperanza y el bien, confiando en la bondad fundamental del hombre y en su capacidad de cambio. Todo cuanto se dice en sus exhortaciones a los frailes y a cuantos se llegaban a él -expresiones que daban valor e infundían serenidad y paz al espíritu- no debe encuadrarse sólo en el marco de su acción pastoral como hombre de Iglesia, sino también en esta disposición temperamental por la que miraba al hombre siempre a partir del bien presente el él. Por esto el Anónimo insiste en el hecho de que él a los ausentes, si alguien los acusaba, aunque fueran culpables, trataba de excusarlos… nunca hablaba mal de nadie… huía de los difamadores… por el contrario, encontraba un grande gozo escuchando buenas noticias de los demás.
La alegría que la gente lleva consigo después de estar con él es, ciertamente, fruto de su santidad de vida, pero tiene como causa también la forma positiva con que él mira la vida: personas y cosas. Es optimismo, aunque elevado por su santidad y su poder taumatúrgico, el no cerrarse ante las dificultades del género que sean. El hablar tranquilizador, confiado y abierto a la esperanza, y la llamada a la fe en Dios no son sólo manifestaciones de su santidad, sino también expresiones de su modo natural de ver las cosas, propio de una sabiduría popular campesina, confiada siempre de encontrar, con la ayuda de Dios, una solución a cada problema.
G. FIORINI MOROSINI, Il Carisma Penitenziale di S. Francesco di Paola, pp. 119 ss.