Son las cualidades de las personalidades fuertes. Francisco ha sido un hombre de una pieza, que no ha admitido componendas en su vida. Franco siempre en todas sus cosas, no se ha plegado ante los distintos halagos que podía recibir. El episodio de las repetidas tentativas de corrupción por parte de Luis XI, que quería probar su constancia, es una prueba de ello. Pero su firmeza y constancia habían sido ya probadas por el rey de Nápoles. En ambos casos la sinceridad de vida de Francisco prevalece sobre sus oscuros designios e impulsa al Ermitaño a afrontarlos con respeto, sí, pero con decisión. Al rey de Nápoles le envía una severa amonestación con amenaza de castigo de parte de Dios; al rey de Francia le hace saber que era mejor restituir lo robado a los otros que corromperlo con dinero y objetos preciosos.
Ante el bien Francisco no se detiene, cueste lo que cueste. No se atemoriza ante la autoridad de los hombres, aunque fuera la de hombres de Iglesia; no se enternece por los apremios afectuosos de quien está junto a él; no desiste ante la protesta de quien le está sujeto. Verdad y bien tienen exigencias más altas, por eso no se doblega. Muestra así un valor verdaderamente extraordinario, que había cultivado desde los años de su primera juventud, cuando supo hacer opciones valientes, como la eremítica. […]
Francisco muestra también valor al saber afrontar los imprevistos de la vida y al saber arriesgar: fue así en los distintos viajes por Calabria y Sicilia, pero sobre todo el que hizo a Francia, que revolucionó su vida; fue así en los distintos cambios que dio al movimiento, que tomó vida y nombre de su experiencia. Si analizamos en clave humana (y podemos hacerlo legítimamente) todas las vicisitudes de su vida, que por lo demás estamos acostumbrados a ver en el contexto de la fe, del plan de Dios y de lo sobrenatural que en ellas se encierra, nos damos cuenta de que se delinea nítida la figura de un hombre valiente y emprendedor. […]
Los valores que hemos indicado lo convierten en un hombre coherente, y esta coherencia se derivaba, precisamente como en Jesús (Hch 1,1), del perfecto equilibrio entre el decir y el hacer. Por eso el Anónimo podía observar que su vida era una predicación continua y benéfica, completando así la información de que fue precisamente su vida virtuosa la que dió origen al movimiento ermítico en Paula. […]
Aparece como un hombre de gran equilibrio psicológico y moral. Es imperturbable frente al mal, que se trama a su alrededor; sabe que está de parte de la verdad y del bien, por tanto no teme nada y sabe y sabe ser paciente y esperar que el curso de los acontecimientos se pliegue hacia esa verdad y ese bien, de cuya parte él está.
G. FIORINI MOROSINI, Il Carisma Penitenziale di S. Francesco di Paola e dell’Ordine dei Minimi, pp. 127-129