Le fue concedido un particular conocimiento de la grandeza del Arcángel y de la misión que se le ha confiado en favor de los hombres
En un escrito de la Venerable sor Filomena Ferrer fechado el 30 de enero 1867, redactado por obediencia a su confesor, el P. Narciso Dalmau, leemos unas increíbles leemos unas increíbles revelaciones referentes a la figura del Arcángel S. Miguel.
“Hace, como he dicho, Rdo. Padre, poca la diferencia, un mes y medio, que sin haber precedido cosa particular de lo tocante a este asunto, sentí, del modo que sólo Dios sabe, que el arcángel gloriosísimo San Miguel me pedía, diciéndome: “Manifiesta lo mucho que puedo ante el Altísimo: di que me pidan cuanto quieran, pues es grande mi poder a favor de mis devotos”; y entonces, como que expresamente me mandase [añadió], “descubre tú mis grandezas”.
Sor Filomena comprendió que el Arcángel le hacía esta petición con el único fin de glorificar a Dios, así pues, llena de admiración respondió:
“Sí Arcángel y Príncipe del Altísimo, yo daré cuenta de vuestras grandezas, y si me otorgáis la gracia que os pido, haré con la bendición de mis superiores que se extienda la devoción hacia Vos y haré una novena escrita de mi mano en honor vuestro”.
La gracia que la Mínima deseaba alcanzar del Nobilísimo Príncipe de las milicias angélicas era en favor de la Santa Madre Iglesia, que en aquellos años estaba afrontando un período de tormentosas amenazas. En particular la permanencia en Roma del entonces Papa, Pío IX, estaba en un serio peligro y ella, habiendo conocido en su espíritu las calamidades que sobrevendrían en toda la cristiandad si el Santo Padre fuese obligado a dejar la Cátedra Pontificia, imploró del Arcángel San Miguel ayuda y protección:
“Os ruego Arcángel nobilísimo, ya que tanto podéis y tanto deseáis volver por la gloria del Ser Eterno y exaltación de su santa Iglesia, no permitáis de modo alguno que nuestro Pastor, el sumo Pontífice haya de ausentarse de Roma. Id vos en compañía de la Inmaculada Virgen María, y defendedle del fuego infernal que le rodea y humillad a Luzbel y a sus secuaces que quisieran ver desterrada, abatida y sepultada la santa Iglesia y sus ministros. Haced, Arcángel mío, que triunfe nuestra santa Madre y confundid a sus rebeldes hijos y a los demonios que a esto les promueven”.
Es interesante a nuestro modo de ver, constatar que estas visiones preceden casi 20 años a la que el Papa León XIII tuvo en el año 1884 y por la cual decidió escribir una oración al Arcángel San Miguel, estableciendo que cada sacerdote, junto con la asamblea, debía recitarla al terminar cada Eucaristía, para invocar la protección de las fuerzas del mal desencadenadas contra la Iglesia.
Reprendiendo la narración: transcurrido algún tiempo de aquella atrevida petición, la joven Ferrer comenzó a oír repetidamente una Voz que afirmaba querer colocar para perpetua memoria de su Corazón dos piedras preciosas con las que coronaría los dos movimientos de este Corazón tan amante de los hombres, o sea, el movimiento del dolor y del amor, las dos piedras preciosas eran precisamente: la Inmaculada Virgen María y San Miguel Arcángel y la Voz era la del Señor Jesús. Tuvo la Venerable una visión muy particular con relación a un Triángulo estrellado constituido por Tres Estrellas una más bella que otra: San Miguel, la estrella de la izquierda, María Santísima, la de la derecha y el Corazón de Jesús la del centro. Sin profundizar en esta aparición, ni en sus contenidos, pues no es éste el motivo del presente artículo, queremos más bien, extraer cuanto de significativo consiguió sor Filomena entender sobre el Arcángel San Miguel. Ella escribió:
“…es tan grande la semejanza de la hermosura de Miguel a la de Dios, que después del Verbo Eterno, no hay otro espíritu en el cielo que en esto le pueda igualar: y así como de la mente al pecho queda en medio el rostro, este lugar es de Miguel, por ser clarísima y dulcísima imagen del Ser Eterno”.
Una vez explicado el motivo por el que Dios ha elegido a la Inmaculada para coronar el movimiento del dolor, es decir, el movimiento de la concentración de su Corazón y San Miguel, como piedra preciosa que ha de coronar el movimiento del amor, también llamado de la dilatación, sor Filomena se detiene para intentar explicitar la misión que la Virgen María y el Arcángel Miguel tienen a favor de la humanidad según lo que ha comprendido por la revelación que ha tenido. De este último afirma:
“Este nobilísimo Arcángel hará de mensajero o distribuidor de las copiosísimas gracias que María sacará del Corazón de Jesús, resultándole un gozo tan grande de poder prestar obediencia a su Reina y consuelo a los que gemimos bajo tan dura esclavitud de este destierro, que sin exageración se le puede dar el nombre de gozo sin igual”.
Entre las tres Estrellas existe una única voluntad y esto es lo que, en poquísimas palabras, significa la visión del Triángulo estrellado. Las tres voluntades: la del Corazón de Jesús, la de la Inmaculada y la de San Miguel, están unidas en el deseo de salvar al hombre. Dichosos los que se declaran devotos de ellos:
“Mil veces los llamo felices a sus devotos, ya séanlo del Santísimo Corazón de Jesús, ya de su Inmaculada Madre o ya del serafín san Miguel Arcángel; pues según lo que he notado, la gloria que dará al uno será igualmente gloria del otro…”
Hacia el final de su escrito, como una explosión de incontenible gozo, sor Filomena confiesa el indecible don que es para su Orden tener como Patrón a San Miguel. Aunque de la devoción de San Francisco de Paula hacia el Arcángel San Miguel se conoce muy poco y lo que se sabe, se debe, por lo demás, al fruto de piadosas leyendas, queda claro y es evidente el hecho, que nuestro Fundador lo eligió precisamente como Protector de la Orden y nobilísimo Patrón, al que los Mínimos, desde los primeros tiempos, profesaron su propio culto y su propia devoción y veneración.
¡Oh qué felicidad tan grande la de nuestra sagrada Religión Mínima tener por protector al que asiste sin temor ante el Altísimo! Bien conocía su grandeza Nuestro Padre San Francisco, que tan tiernamente lo amaba, imitemos su devoción y obtendremos su protección”.
El Señor dio a entender a la Venerable cuántas admirables gracias y abundantes bendiciones están reservadas a los que honren a esta Tríada, a los que se prodiguen en expandir la devoción hacia ella. A los devotos de San Miguel no dejará de confortar y ser motivo de gozo el descubrir, o el tener la confirmación, en estas palabras de sor Filomena, que su devoción al Arcángel obtiene del Altísimo una lluvia de gracias y de bendiciones del Cielo y confiamos, además que se sentirán impulsados a invocarlo especialmente como defensa de la Iglesia y de su Pastor.